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  • Fantastic Fest 2020: ‘The Boy Behind the Door’, un thriller genérico entre el gato y el ratón

    Fantastic Fest 2020: ‘The Boy Behind the Door’, un thriller genérico entre el gato y el ratón

    Por Eric Ortiz

    Los protagonistas de The Boy Behind the Door (2020), primer largometraje de Justin Powell y David Charbonier, son Bobby (Lonnie Chavis) y Kevin (Ezra Dewey), dos niños que viven en Dakota del Sur. En un día particularmente soleado, estos buenos amigos sueñan con irse a otro lugar donde el buen clima sea una constante, como California, y juegan béisbol a la intemperie. Toda esta secuencia es, de hecho, un flashback. La película empieza con una escena que se desarrolla seis horas después y que tiene la intención opuesta. En una zona boscosa, durante una tarde gris, vemos a un carro llegar a su destino: una solitaria casa en medio de la nada. Nuestros pequeños protagonistas viajan en la cajuela, han sido secuestrados.

    The Boy Behind the Door toca temas por demás terribles. La identidad del raptor permanece como un misterio buena parte del metraje, no así el hecho de que tiene un negocio ligado a la pedofilia (también, se entiende, que a la pornografía infantil). Entonces el escenario es el siguiente: el secuestrador le deja su casa por tiempo limitado a uno de sus clientes (Micah Hauptman), cuya potencial víctima es Kevin. Por otra parte, Bobby logra escapar de la cajuela pero, recordando la promesa de ser amigos por siempre, decide tratar de salvar a su camarada.

    Parece que estamos ante un trabajo absolutamente desolador, difícil de ver y, en consecuencia, controvertido. La realidad es que The Boy Behind the Door se revela pronto como una película netamente de género, es un thriller desarrollado desde la perspectiva de los infantes, primordialmente de Bobby. Dueña de varias facetas, la trama no tardará en arrojar al pedófilo muerto, no obstante, siempre habrá un nuevo obstáculo para mantener el conflicto y la tensión. Por ejemplo, resulta que Kevin está encadenado en un cuarto cerrado con llave y cada vez falta menos para el retorno de su captor.

    Si bien hay momentos que logran el cometido de un buen thriller, mantenernos tensos, The Boy Behind the Door es de esos filmes cuya ejecución empieza a carecer de fluidez y nos invita a cuestionar las decisiones de los personajes. Se entiende que la situación dará paso a momentos puramente circunstanciales, estos problemas son más notorios cuando el perpetrador inicial vuelve a escena. Es inevitable pensar, por ejemplo, el tiempo que tarda en darse cuenta que algo ha modificado sus planes en la casa. Bobby tiene chance de limpiar la sangre y mover el cadáver, vaya, el antagonista hasta se mete a bañar, mientras el pequeño continúa revisando el lugar, hasta que, en un intento contraproducente por abrir con un cuchillo el cuarto donde está su amigo, deja a la vista un rastro de sangre.

    Más allá del previsible “enfrentamiento” entre el antagonista y los infantes, Powell y Charbonier tienen otro as bajo la manga. Ha resultado curioso ver cómo en tres películas de la Celebration of Fantastic Fest, cineastas varones intentan cambiar los “roles de género”. En Teddy (2020), es una señora la que trata de seducir a un reticente jovencito, quien hace referencia al movimiento Me Too. La protagonista de Girl (2020), por su parte, descubre la verdad sobre su familia luego de asumir erróneamente por muchos años que su padre era irresponsable y violento, y que su madre era la víctima. En The Boy Behind the Door, todo el tiempo damos por sentado que quien secuestró a los niños es un hombre. Ya pueden imaginar por dónde va la sorpresa referida.

    Más allá del giro que destruye nuestras preconcepciones, la presencia de la actriz Kristin Bauer van Straten como una psicópata armada con un hacha –guiños a El resplandor (The Shining, 1980) incluidos– reafirma el juego directo entre el gato y el ratón que apunta al suspenso y la violencia explícita, casi siempre en favor de la justicia cinematográfica. Esto quiere decir que la villana, cada vez más burda y caricaturesca, recibirá su merecido gracias a unos niños cuya corta edad no impide que sepan defenderse. La película nunca llega a los niveles de ridiculez de algo similar como Becky (2020), mezcla de home invasion y cine de venganza donde una jovencita (Lulu Wilson) despacha violentamente a un grupo de prófugos liderados por un neonazi (Kevin James). A pesar de eso, The Boy Behind the Door es, a fin de cuentas, repetitiva y predecible. Te deja indiferente.

  • Fantastic Fest 2018: ‘An Evening with Beverly Luff Linn’, un paso adelante para Jim Hosking

    Fantastic Fest 2018: ‘An Evening with Beverly Luff Linn’, un paso adelante para Jim Hosking

    Por Eric Ortiz

    Tras su ópera prima The Greasy Strangler (2016), una suerte de mezcla entre ese cine americano indie de comedia/romance quirky y el cine de explotación/serie B, el director de origen británico Jim Hosking está de regreso con An Evening with Beverly Luff Linn (2018), alejándose del terror pero manteniendo un sentir general de total extravagancia y añadiendo un halo de misterio a la trama.

    En el mundo de Hosking parece que sólo caben personajes que pueden ser considerados como estrafalarios y en el escenario inicial tenemos a un intencionalmente sobreactuado Emile Hirsch como Shane, el temperamental gerente de una cafetería que prefiere despedir a su propia esposa, Lulu (Aubrey Plaza), que a uno de sus otros cajeros, entre ellos el personaje de Sky Elobar, cara conocida al ser el actor que interpretó al hijo del estrangulador grasoso. Esa rareza inherente al personaje de Hirsch lo lleva a cometer un robo, con la ayuda de sus empleados, simplemente porque su esposa –ahora siempre aburrida al no tener trabajo ni una buena televisión en casa– le dijo que su hermano de origen indio (interpretado por Sam Dissanayake) tenía más dinero que él.

    Desde The Greasy Strangler se notaba que Hosking, más que en una trama con una base sólida, se interesa por personajes y situaciones peculiares, y al menos la primera parte de su segunda película se siente similar cuando, casi por azares del destino, Lulu conoce a Colin (Jemaine Clement) –quien ha sido contratado por su hermano para saldar cuentas con Shane– y decide huir con él, con todo y el dinero que había sido torpemente robado por su esposo. Lulu sabe exactamente a dónde ir con Colin tras dejar a su marido y es que un hombre (Craig Robinson) con quien tuvo una relación en el pasado dará un espectáculo mágico en un hotel del poblado.

    En esta ocasión, y como ya apunté, Hosking apuesta por un poco de misterio dado que nadie sabe realmente qué hay detrás de la previa relación de Lulu y el personaje de Robinson, quien en su show se hace llamar Beverly Luff Linn; que este hombre parezca un zombie mudo controlado por su asistente y pretendiente Rodney (Matt Berry) ciertamente añade otra capa al desconcierto.

    Como una colección de personajes y momentos propios de esa comedia quirky que Hosking venía explorando desde The Greasy Strangler, algo así como Jared Hess o Wes Anderson mezclado con humor escatológico, An Evening with Beverly Luff Linn funciona ocasionalmente. Quien se roba fácilmente el espectáculo es Jemaine Clement –conocido principalmente por sus colaboraciones con Taika Waititi (i.e. Entrevista con unos vampiros)– como el ajustador de cuentas convertido en protector de Lulu; de sus historias absurdas sobre su pasado, su inhabilidad para detectar que está siendo seducido por una prostituta, a su genuina dedicación por ayudar a la mujer a la que ha acompañado inesperadamente, Colin es el gran y divertido personaje que sobresale en la excentricidad de Hosking.

    Además de Clement, lo mejor de An Evening with Beverly Luff Linn no viene de los secretos que se revelan ni del enigmático y también flatulento personaje titular; tampoco de esa inevitable confrontación en el hotel entre todos los extraños personajes que están conectados gracias a Lulu, la cual evoca a El gran Hotel Budapest (The Grand Budapest Hotel, 2014) con un intercambio de golpes filmado con peculiar timing; pero sí del lado más humano de Hosking.

    Si en The Greasy Strangler el personaje femenino principal (la novia del hijo del estrangulador) era bastante volátil en cuestión de sus decisiones y al final terminaba siendo “víctima” del intento mayoritariamente fallido de hacer un filme totalmente absurdo, en An Evening with Beverly Luff Linn Hosking, de la mano de la relación entre Lulu y Colin, apuesta por un desenlace más dulce y hasta maduro; “todas las mujeres necesitan a un Colin” dice Lulu en referencia al cuidado que le ha demostrado el personaje de Clement, quien en la siguiente escena hace una pequeña pero noble acción acorde a esto. En general, y aunque sin ser una comedia con toques estrafalarios y románticos redonda, se trata de un paso hacia adelante para su director.

  • Fantastic Fest 2018: ‘Feral’, entre lo más notable del cine de género mexicano

    Fantastic Fest 2018: ‘Feral’, entre lo más notable del cine de género mexicano

    Por Eric Ortiz

    La única película mexicana que forma parte de Fantastic Fest 2018 es la ópera prima de Andrés Kaiser, Feral (2018), la cual recurre a los formatos del falso documental y found footage para indagar en una tragedia ocurrida a finales de los años ochenta y que oficialmente quedó con varias cuestiones sin resolver, siendo las preguntas centrales: ¿quiénes eran exactamente el hombre y los tres infantes que perecieron debido a un incendio que se desató en su casa ubicada en una zona boscosa de Oaxaca? y ¿qué fue lo que originó la catástrofe?

    Más que mostrarnos un desconcertante “metraje encontrado”, algo típico en el género del terror, Kaiser presenta su cinta como si fuese un documental de investigación, enfocándose en una serie de entrevistas con personas que conocieron a Juan Felipe de Jesús González (Hector Illanes), el hombre que murió en el mencionado incendio. Kaiser se interesa en explorar el trasfondo completo de este personaje, desde su infancia opresiva, su tiempo como monje en un peculiar monasterio donde en los años sesenta se mezcló la religión con el psicoanálisis, y finalmente su época como ermitaño en medio de la nada y su pivotal encuentro con un niño salvaje (Farid Escalante Correa), a quien decidió proteger y domesticar.

    Además de los testimonios de, entre otros, un antiguo compañero de Juan en el monasterio (José Ángel García) y de su principal conocido en el monte oaxaqueño (José Luis González Sánchez) –presentados mayoritariamente como las tradicionales “caras parlantes” del cine documental–, Kaiser ocupa el recurso del found footage y nos hace mirar lo que el propio Juan Felipe registró de su interacción con el infante feral.

    Aunque pueda parecer un filme de terror que busca el shock o que esconde algo ultra paranormal, sobre todo porque usa dicho formato gastado, Feral se revela como un interesante estudio de personaje, que compagina el horror exterior con el interior. Por un lado están los relevantes ecos de la obra mayor Canoa (1976) de Felipe Cazals, cuando ofrece por momentos una mirada a los pueblos de México más propensos al miedo, al rechazo y a la violencia alimentada por la ignorancia y la influencia de la iglesia; y por el otro, sobresalen temas como la (complicada) crianza a partir de la domesticación y la evangelización, y la consecuente pérdida de la cordura.

    Todo esto es lo que hay detrás de la tragedia de Feral, una cinta nacional de género que aprovecha su forma familiar y, ciertamente, logra estar por encima del promedio, sobre todo por su alcance temático.

  • Panos Cosmatos habla de ‘Mandy’, Nicolas Cage y ‘Beyond the Black Rainbow’

    Panos Cosmatos habla de ‘Mandy’, Nicolas Cage y ‘Beyond the Black Rainbow’

    Por Eric Ortiz

    En la parte final de la ópera prima de Panos Cosmatos, Beyond the Black Rainbow (2010), hay una secuencia que presenta un escenario por excelencia del cine de terror: dos amigos de cabello largo escuchan metal en medio de la nada, mientras platican, beben cerveza y se drogan, antes de ser violentamente asesinados por el antagonista principal. Dicha escena no satura la pantalla de un color en específico –la paleta de color incluye mucho rojo, además de blanco y negro de alto contraste en el icónico flashback a los sesenta–, casi no usa el score de sintetizadores y progresivo de Jeremy Schmidt, así contrastando con el sentir onírico y psicodélico general de la película.

    En Mandy (2018), su segundo largometraje, Cosmatos continúa con su ya característico estilo visual y, sobre todo, la primera parte del metraje evoca al ritmo de Beyond the Black Rainbow; empero, una vez que su actor principal Nicolas Cage toma el mando de las acciones, Mandy es una expansión total de la ocasional violencia de aquella cinta de 2010, aunque siempre se mantiene apegada a temas similares, a ese carácter de ensueño y alucinógeno, y a la riqueza sonora (ahora con score del recientemente fallecido Jóhann Jóhannsson y, por ejemplo, un tema de King Crimson) y visual. Tonos rojizos y azulados, como si los colores del cosmos se reflejaran en los rostros de la pareja central, Red (Cage) y Mandy (Andrea Riseborough), y diversas secuencias oníricas (el rojo saturado también se hace presente) indican desde el inicio que estamos, otra vez, ante un cineasta que cuida a detalle cada toma y que eleva en todo momento una narrativa relativamente sencilla. 

    “Simplemente este es el tipo de películas que quiero hacer. Pienso que Mandy y Beyond the Black Rainbow son esencialmente filmes de trance. Se trata de crear una experiencia sensorial para la vista, tanto como entregar una narrativa que va de la A a la B a la C. Se trata de una sensación de inmersión. Este par de filmes surgieron al mismo tiempo y llegaron del mismo lugar en el que me encontraba emocionalmente, entonces pienso que se complementan. Ambos se desarrollan en 1983, que es para mí un reino mítico que surgió cuando era niño y no me dejaban ver películas de terror, entonces miraba las portadas y leía las descripciones. Cuando estaba creando Beyond the Black Rainbow y, al mismo tiempo, este filme, ejercité la idea de crear una de estas películas imaginarias, entonces para mí 1983 es un reino mítico de lo imaginario”, dijo Cosmatos en entrevista.

    Una vez que nos adentramos al 1983 de Cosmatos, conocemos al culto liderado por Jeremiah (Linus Roache), quien extrañamente se obsesiona con Mandy y, eventualmente, la convierte en una víctima de su inherente locura. Beyond the Black Rainbow aborda la ciencia y lo espiritual, mientras que Mandy tiene un trasfondo que se apega más al aspecto religioso, pero los victimarios de ambas propuestas son similares, vueltos verdaderos monstruos asesinos tras perderse en un viaje psicodélico y creerse seres especiales; “yo he visto lo que otros no pueden ver, fui a otro mundo… tú no eres nada” le decía el doctor Barry Nyle (Michael Rogers) a su esposa en Beyond the Black Rainbow, al tiempo que Jeremiah en Mandy hace énfasis en haber sido salvado de la oscuridad por Dios y, por ende, no ser un simple pedazo de carne como el personaje de Cage.

    “Parece que no puedo superar esta idea (risas), este tipo de sospecha hacia la gente que quiere tener todas las respuestas, especialmente espirituales. Hay algo sobre esto que encuentro venenoso y desagradable. Estas organizaciones que deliran y que son megalómanas, entonces me interesa la idea de cómo estas personas se ven a sí mismas, cómo estos hombres se perciben como algo superior al resto de nosotros”, afirmó el director y co-escritor de Mandy.

    Es aquí donde entra el legendario Nic Cage para enfrentarse al demente culto de Jeremiah y a sus terroríficos matones aliados que montan motocicletas (conocidos como Black Skulls), encabezando un emocionante y disparatado filme de venganza que, por momentos, se aleja de la sutileza y lo enigmático de Beyond the Black Rainbow y de su propia primera mitad. Ese halo de misterio es reemplazado por diálogo que se refiere a los antagonistas como “fanáticos de Jesús”, “hippies weirdos”, “crazy evil” y “weird shit”, y, ciertamente, por un intenso Cage que pasa del llanto al enfado en un instante, forja su hacha a fuego, se enoja porque los villanos le rompieron su playera favorita (en esta ocasión Cosmatos utiliza más el humor), se mete cocaína y prueba una droga psicodélica que lo lleva a un lugar similar a donde estuvo Barry Nyle en Beyond the Black Rainbow, y, de regreso del viaje, busca venganza con una motosierra entre sus armas.

    Para Cosmatos, cuyas películas de venganza favoritas incluyen a Rolling Thunder (1977) y Death Wish 4: The Crackdown (1987) (“donde Charles Bronson básicamente enfrenta a un cártel de drogas completo de Los Ángeles”), “la génesis fue darme cuenta que me gustaba la idea de una película de venganza que girara en torno a la esencia de la persona que está siendo vengada. La estructura que mencionas es algo que evolucionó naturalmente con el tiempo. Trato de construir estas cosas capa por capa y luego las monto. La intención es crear un artefacto de la cultura popular que sea el equivalente a encontrar un extraño meteorito en el bosque. Y no pude haber encontrado un mejor actor para este camino raro que tiene que seguir el personaje. Entre mis películas favoritas están la comedia El beso del vampiro (Vampire’s Kiss, 1988) y Alas de libertad (Birdy, 1984), la cual es un estudio de personaje bastante delicado y gentil. Entonces sabía que no había algo que él fuese incapaz de hacer. Pienso que es un actor increíble”.

    Entonces, Mandy se une fácilmente a la lista de mejores filmes de venganza y reafirma a Cosmatos como uno de los directores modernos a seguir, con un estilo único producto de la educación que recibió de su madre Birgitta Ljungberg-Cosmatos, una escultora de origen sueco, y de su padre George P. Cosmatos, director griego/italiano de, entre varias otras, las cintas ochenteras con Sylvester Stallone Rambo II: La misión (Rambo: First Blood Part II, 1985) y Cobra (1986). “Mi papá me enseñó a ser pragmático y a ser parte de la industria del cine, mientras que mi madre realmente alimentó mi lado creativo. Ambos son parte intrínseca de lo que me convertí y de lo que hago: una extraña forma híbrida”.

  • ‘Roma’: La faceta más personal de Alfonso Cuarón

    ‘Roma’: La faceta más personal de Alfonso Cuarón

    Por Eric Ortiz

    En una de las escenas con narración de Y tu mamá también (2001), donde la voz de Daniel Giménez Cacho daba un mayor contexto a las acciones de los protagonistas y ocasionalmente también del ámbito social y político a su alrededor, se hace mención a la construcción de un hotel de lujo en terrenos ejidales, una acción que eventualmente provoca que un humilde pescador de la zona nunca vuelva a practicar su oficio. Roma (2018) –primera película sobre México de Alfonso Cuarón desde aquella road movie/historia coming-of-age sobre dos mejores amigos– expande esa atención al contexto sociopolítico del país y pone los reflectores en una mujer de origen mixteco (Cleo, interpretada por Yalitza Aparicio) que labora en la Ciudad de México como ayudante de una familia de clase media alta. Roma es, por supuesto, un filme político, no por nada se hace mención, por ejemplo, de que la madre de Cleo está a punto de perder sus terrenos ante el municipio; sin embargo la propia protagonista, de manera natural, no le da peso a esta noticia porque tiene sus propios problemas.

    Es así que ante todo, y con su impecable fotografía en blanco y negro, Roma nos lleva hasta las entrañas de una familia mexicana entre 1970 y 1971. La cámara está puesta en la cotidianidad y el nivel de detalle se aprecia en cómo se da seguimiento a cuestiones mundanas que, en el papel, podrían decir poco o nada, i.e. el papá (Fernando Grediaga) que le cuesta trabajo meter su carro de gran tamaño en su angosto zaguán, las cacas del perro en el patio de la casa que Cleo nunca limpia a pesar de los regaños de sus patrones, los niños jugando, la abuela (Verónica García) que le compra golosinas como una caja de Gansitos a sus nietos, o el sonido de la colonia. Roma podrá estar situada en el ambiente en el que creció Cuarón, quien nació en la Ciudad de México a finales de 1961, pero este tipo de detalles los reconocemos, y apreciamos, más de uno.

    Por otra parte, si en Y tu mamá también Cuarón filmó su road trip sin ignorar el entorno de los caminos recorridos por los personajes, en Roma hace lo propio con la Ciudad de México. Ahí está la excelsa recreación del México de principios de los años setenta, desde el Teatro Metropólitan cuando era un cine donde la gente podía fumar viendo su película, la música que sonaba y los programas de televisión que se veían en esa época, a los pósters del Mundial de México 70 o la propaganda que anunciaba al PRI en todos lados. Una salida al cine cualquiera con Cleo y la abuela cuidando a los niños y a su amigo, se convierte en un notorio travelling lateral que nos hace sentir que estamos acompañando a Cleo mientras entra a una zona popular de la ciudad, para después revelar sutil pero contundentemente un conflicto pivotal que involucra a la familia protagonista.

    En ese sentido de la carga dramática, Cuarón toma a dos mujeres, Cleo y la mujer de la casa (Marina de Tavira), de contrastantes clases sociales –en una fiesta de año nuevo, por ejemplo, una bebe pulque y la otra se codea con amigos gringos amantes de las armas– y las pone en situaciones no iguales pero sí con un tema en común: la mujer abandonada por la figura masculina que ha decidido mirar a otro lado. Roma tiene un curioso paralelismo con Niños del hombre (Children of Men, 2006) si pensamos que al centro de ambas está una mujer embarazada en medio de un terreno por demás hostil y violento, y que no tiene a nadie a su lado más que, en este caso, a su “familia postiza”.

    Cleo, cuyo móvil dramático es su embarazo no deseado –producto de su relación con un joven ex “chemo” (Jorge Antonio Guerrero) de bajos recursos y que se está reformando gracias a un supuesto entrenamiento de artes marciales–, tiene que enfrentar a una sociedad machista pero no sólo eso, y es que el México priísta de los setenta, y ciertamente también el de hoy en día, es sinónimo de represión y guerra. En un magistral clímax, Cuarón conjuga la violencia del notorio halconazo (la matanza del jueves de Corpus), indica donde pone atención usualmente el estado para encontrar a sus ejecutores (las personas marginadas claramente), evoca esos momentos de Niños del hombre, y reafirma a Roma como otra de sus cintas con impresionante aspecto formal, pero la que más sacude emocionalmente.

    Una obra de muchas capas, igualmente dura que enfocada en el humanismo; cada que la familia central le dice a Cleo que la quieren mucho, se trata del Cuarón más personal hasta ahora mostrando su gratitud.

  • Macabro 2018: ‘Living Space’, fantasmas nazis en un time loop

    Macabro 2018: ‘Living Space’, fantasmas nazis en un time loop

    Por Eric Ortiz

    La producción australiana Living Space (2018) esencialmente mezcla dos subgéneros por demás conocidos en el cine fantástico: el de la casa embrujada y el de los bucles temporales. Si bien desde la introducción se hace referencia a la Alemania nazi –el título proviene del concepto Lebensraum– y la trama central se desarrolla en suelo germano, Living Space es una cinta de fórmula cuyos antagonistas podrían no ser nazis y poco en realidad cambiaría.

    Su primera mitad es, básicamente, la misma película de terror en la que los jóvenes protagonistas terminan encontrando una casa en medio de la nada, donde eventualmente serán atormentados por algo paranormal. Georgia Chara y Leigh Scully interpretan a una pareja que, manejando perdidos en el campo alemán, se topan con una mujer moribunda; desconcertados, deciden buscar ayuda, sólo para terminar en dicha casa, la cual parece estar habitada por fantasmas supremacistas.

    Esta primera parte de Living Space funciona como el típico filme de horror efectista que depende enteramente de los jump scares y aunque por momentos parece que se dirigirá hacia el torture porn, el midpoint del argumento lleva al personaje de Chara a un evidente time loop.

    Sin duda los momentos más torpes y burdos de Living Space son los que buscan explicar todo el trasfondo de los antagonistas: cuando de la nada la protagonista encuentra un proyector en un cuarto y una película comienza para mostrarnos el pasado de la casa. Pero el clímax de Living Space no depende de esto y, como ya apunté, el tema del nazismo queda como mera anécdota.

    La clave de Living Space está en revelarse como una película sobre un time loop, por momentos diferente a otras propuestas del subgénero. En la reciente adición surcoreana El día (Ha-roo, 2017), o incluso en el clásico Hechizo del tiempo (Groundhog Day, 1993) con Bill Murray, los personajes centrales son conscientes de que están atrapados en un bucle temporal, mientras que en Living Space la protagonista inicialmente sólo tiene algunos presagios cada vez que el loop comienza otra vez.

    Sin embargo, más que continuar explorando la alteración de las reglas del subgénero y de convertirse en una verdadera y valiosa variación, tal y como El día, el filme del debutante Steven Spiel no tiene mayor revelación ni peso. Sus supuestamente grandes shocks son, primero, que una casa está habitada por fantasmas y luego simplemente que todo es parte de un bucle infinito. A estas alturas, una propuesta de género que apuesta por dos vertientes como estas debe hacer, obviamente, algo distinto para estar por encima del promedio, de lo contrario corre el riesgo de quedar en el olvido inmediatamente.

  • Macabro 2018: ‘Nightmare Cinema’, una antología de terror decepcionante

    Macabro 2018: ‘Nightmare Cinema’, una antología de terror decepcionante

    Por Eric Ortiz

    Ah, la antología de terror. En la actualidad parece que no pasa un año sin que tengamos el estreno de una nueva y fallidas propuestas recientes como la americana/canadiense XX: Pasión por el horror (XX, 2017) y la mexicana México Bárbaro II (2017) han incrementado la desconfianza hacia un formato que ya de por sí suele entregar resultados irregulares.

    Si XX: Pasión por el horror tenía la particularidad de ser una antología realizada exclusivamente por mujeres, y México Bárbaro II por directores nacionales, Nightmare Cinema (2018) –filme inaugural del festival Macabro 2018– no cuenta con algo inmediatamente distintivo, aunque sí con nombres de mayor peso: Joe Dante y Mick Garris (creador de la serie Masters of Horror y ahora también productor de esta antología) encabezan la lista de directores que también incluye a Alejandro Brugués (Juan de los muertos, 2011), Ryûhei Kitamura (Versus, 2000) y David Slade (30 días de noche, 2007).

    El concepto de Nightmare Cinema es que cada uno de los cinco cortos es una película dentro de la película, las cuales se proyectan en el cine al que hace referencia el título ante el desconcierto de algunos de los protagonistas, quienes se ven reflejados en la pantalla grande, obviamente en historias de corte terrorífico.

    Nightmare Cinema abre con la aportación del cubano Brugués, The Thing in the Woods, cuya joven mujer protagónica entra al cine de las pesadillas para verse en un slasher, huyendo de un misterioso asesino. El giro de tuerca que le brinda Brugués, expandiendo un escenario clásico de slasher a la ciencia ficción en clave similar a Criaturas rastreras (Slither, 2006) de James Gunn, sirve como un buen aperitivo, aunque lamentablemente en Nightmare Cinema el plato fuerte nunca llega, mucho menos el postre, ni siquiera de la mano de los veteranos Dante y Garris.

    El segundo segmento Mirare, dirigido precisamente por Dante, sigue a otra joven cuya notoria cicatriz en su rostro le continúa provocando inseguridad, así que antes de su boda decide aceptar la propuesta de su prometido y someterse a una cirugía estética. En Mirare sucede lo que nos imaginamos desde el principio, siendo un corto destacado a nivel visual en su conexión con el body horror pero que carece de mayor profundidad en su lineal narrativa y, en consecuencia, de un desenlace contundente. Un problema similar afecta al prometedor segmento This Way to Egress de Slade, terror psicológico filmado en blanco y negro sobre una madre de dos niños que bien podría estar enloqueciendo, aunque al final no se llega a ninguna parte.

    Antes de esta decepcionante aportación está el tercer corto: Mashit de Kitamura, curiosamente escrito por la mexicana Sandra Becerril, responsable de la infame Están aquí (2014), una cinta sin presupuesto que, me parece, desapareció por completo del mapa tras su presentación en Feratum 2014. En esta ocasión, Kitamura y Becerril apuestan por la imaginería religiosa, con una historia sobre las secuelas que dejó un suicidio dentro de un convento de infantes, el cual quizá fue producto de algo paranormal. Posesiones demoníacas, un posible exorcismo, clichés, actuaciones poco convincentes y situaciones torpes se conjugan en un corto que tiene sus mejores momentos cuando no se toma en serio a sí mismo en lo más mínimo: cuando el padre protagonista encabeza una carnicería digna del cine de serie B.

    Finalmente está el segmento de Garris, Dead, sobre un jovencito que antes de ser baleado por un asaltante, atestigua el brutal asesinato de sus padres. A pesar de haber muerto oficialmente, este chico eventualmente despertará en el hospital, sólo para ser confundido y aterrorizado tanto por fantasmas como por el mismísimo criminal que le quitó a su familia, al tiempo que conoce a otra chica internada que también volvió de la muerte. Un filme decente cuyo clímax se ve arruinado por la risible ejecución de la secuencia clave que ve interactuar al protagonista con sus fantasmas.

    Con la breve aparición de Mickey Rourke como el proyeccionista de la pesadillesca sala de cine que conecta a todos los segmentos, Nightmare Cinema es una antología prescindible, mediana, parte de un subgénero del terror tan recurrido hoy en día que, por ende, se necesita de algo verdaderamente memorable para sobresalir. No es el caso.

  • ‘Puppet Master: The Littlest Reich’: Un reboot que sobresale por su locura

    ‘Puppet Master: The Littlest Reich’: Un reboot que sobresale por su locura

    Por Eric Ortiz

    Después de muchas historias, cambios de personalidad de los personajes (de villanos a héroes), interminables errores de continuidad, un spin-off de Syfy con Corey Feldman y una trilogía estrenada en la presente década (Axis of Evil, Axis Rising y Axis Termination), Puppet Master vuelve a intentar renovarse con Puppet Master: The Littlest Reich (2018), reboot que desde su secuencia de créditos –una excelsa animación sin precedentes en la franquicia y con el score del italiano Fabio Frizzi (antiguo colaborador de Lucio Fulci)– reimagina por completo el trasfondo del titiritero principal, Andre Toulon (aquí interpretado por Udo Kier, de breve participación).

    El canónico puppet master es por primera vez un ex servidor de la Alemania nazi que, como aprendemos eventualmente, continuó esparciendo el horror del Holocausto aún mucho tiempo después del fin de la Segunda Guerra Mundial, hasta su asesinato a manos de la policía de un poblado texano en 1989. La trama de la cinta –escrita por S. Craig Zahler (responsable de las joyas recientes de género Desierto de huesos y Prisionero 99) y dirigida por el dúo sueco de Sonny Laguna y Tommy Wiklund– se desarrolla 30 años después de los llamados “Asesinatos de Toulon” y se enfoca en el misterioso y violento regreso de las marionetas nazis del mencionado titiritero.

    Es así que Puppet Master: The Littlest Reich coquetea constantemente con fungir como un comentario sociopolítico, quizá de los tiempos de intolerancia, odio y racismo que actualmente se viven en Estados Unidos. No es coincidencia que el protagonista –un vendedor y escritor de cómics (Thomas Lennon) que viaja a la convención del aniversario de los asesinatos de Toulon para vender una marioneta que le perteneció a su difunto hermano– remarca casi de inmediato que las primeras víctimas de los títeres nazis han sido un gitano, una mujer lesbiana y una pareja de judíos.

    Tras exponer burdas caricaturas de los japoneses, los alemanes y de los propios americanos en entregas previas que tienen como tema central la Segunda Guerra Mundial, la franquicia parece que tomará otro rumbo, más satírico, en Puppet Master: The Littlest Reich, con sus marionetas nazis perpetrando “crímenes de odio”. El pequeño mundo con sus propias reglas que podría reflejar la realidad, sin embargo, no termina siendo el camino elegido por este reboot. Cuestiones como el amigo judío del protagonista (interpretado por Nelson Franklin) ofreciéndose como carnada son sólo (divertidos) momentos dentro de una cinta donde, al final del día, las malvadas marionetas tratarán de eliminar a cualquiera que se les ponga en su camino.

    En ese sentido, Puppet Master: The Littlest Reich es, de hecho, un retorno a lo básico, con un escenario que remite a la Puppet Master (1989) original y a algunas de sus primeras secuelas. Zahler y compañía guían a sus protagonistas hasta ponerlos dentro de un hotel, donde eventualmente se convertirán en el blanco de un montón de marionetas asesinas. Esta última noción es un retorno directo al núcleo de la franquicia: un escenario simple, de terror, en el que por más ridículo que suene en el papel, un grupo de títeres cobran vida y despachan de varias formas a los huéspedes de un hotel, concepto que naturalmente se fue alterando entre tantas secuelas; basta mencionar que la última trilogía retomó la idea introducida en Puppet Master III: Toulon’s Revenge (1991) de presentar a las marionetas como los héroes vengadores de la historia.

    Si la cinta promedio de Puppet Master suele tener personajes humanos olvidables, Puppet Master: The Littlest Reich crea una buena y amena química entre el par de geeks que atienden una tienda de cómics y la nueva novia del protagonista (Jenny Pellicer); y si a la cinta promedio de la franquicia le suele faltar más acción de marionetas, Puppet Master: The Littlest Reich cumple como festín gore. Tener, por ejemplo, a una pequeña marioneta nazi introducirse en la vagina de una mujer afroamericana embarazada, para después asesinar sin piedad al feto dentro de su vientre, es parte de esa locura que la franquicia pedía a gritos.

    Con un desenlace un tanto convencional que deja todo abierto para una o varias secuelas, y sin ser cine de género con algo verdaderamente relevante que decir a pesar de que es la misma película la que por momentos parece tomar ese rol, Puppet Master: The Littlest Reich tiene algunas secuencias de asesinatos y violencia tan creativas/dementes que se colocan entre las más memorables en años recientes. Así, los discursos son guardados para otra ocasión y Puppet Master: The Littlest Reich simplemente logra ejecutar la premisa clásica de la mejor y más divertida manera en los casi 30 años de esta icónica franquicia de terror de bajo presupuesto.

  • ‘Verano del 84’: Una película coming-of-age brutal

    ‘Verano del 84’: Una película coming-of-age brutal

    Por Eric Ortiz

    El ambiente suburbano americano suele estar asociado con imágenes que representan normalidad y tranquilidad: el vecino podando su jardín o sacando al perro, los repartidores cumpliendo con sus rutinas, o los infantes jugando sin ninguna preocupación en las calles. Pero la noción de que estos lugares esconden algo turbio y no se escapan de ser parte del lado podrido de la sociedad también es familiar.

    Tras demostrar su amor por el cine de los años ochenta con su primer largometraje Turbo Kid (2015) –una sangrienta reimaginación de cómo veían el futuro post-apocalíptico los filmes de aquella época–, RKSS (François Simard, Anouk Whissell y Yoann-Karl Whissell) regresa con Verano del 84 (Summer of 84, 2018), la cual deja en claro ya desde el título que la mencionada década es una obsesión que este colectivo de directores no piensa detener pronto.

    En esta ocasión los miembros de RKSS –quienes crecieron en la provincia de Quebec, Canadá precisamente durante los ochenta– tienen como escenario un suburbio de Oregon, Estados Unidos, así asumiendo una vez más sus influencias. Verano del 84 va en línea con homenajes recientes a esas clásicas historias coming-of-age protagonizadas por un grupo de adolescentes que se ven envueltos en una aventura, usualmente con tintes fantásticos o de horror, que cambiará por completo el curso de su cotidianidad. En lo que va de la presente década, cintas como Super 8 (2011) de J.J. Abrams y, por supuesto, la popular serie Stranger Things de los hermanos Duffer y la exitosa adaptación de Eso (It, 2017) dirigida por el argentino Andy Muschietti, han traído de vuelta el espíritu del cine ochentero que venía firmado por los legendarios Steven Spielberg, Stephen King, Joe Dante, John Carpenter, entre otros.

    En ese sentido, RKSS y los guionistas Matt Leslie y Stephen J. Smith le dan su propia variación a un escenario por demás conocido: durante el tradicional descanso veraniego, un jovencito (Graham Verchere) que reparte periódicos en el vecindario comienza a sospechar que su vecino, un policía local (Rich Sommer), está detrás de la misteriosa desaparición de varios niños; es así que nuestro protagonista decide encaminar a sus tres mejores amigos (Judah Lewis, Caleb Emery y Cory Gruter-Andrew) y a su eventual interés romántico (Tiera Skovbye), a una investigación detectivesca, convencido de que ha encontrado al responsable de los terribles sucesos.

    Verano del 84 no esconde las referencias directas al padre del blockbuster moderno e incluso lo menciona por nombre (como en Super 8, aquí el protagonista tiene un gusto por filmar y sueña con ser el próximo Spielberg); también hay tiempo para esas secuencias clásicas del relato coming-of-age que exponen tanto la diversión inherente de esa etapa como los conflictos que yacen bajo la superficie. Aunque la clave de Verano del 84 está en su vibra hitchcockiana e intriga propia de una sospecha que podría no ser más que eso. Evidentemente otra influencia para RKSS fue S.O.S. Vecinos al ataque (The ‘Burbs, 1989) de Joe Dante, en la que los nuevos vecinos extranjeros rompen con la normalidad de una cuadra suburbana debido a su excéntrico comportamiento, eventualmente provocando que los protagonistas (Tom Hanks, Rick Docummun y Bruce Dern) sospechen que han cometido un asesinato y enterrado el cadáver en algún lugar de su jardín o dentro de su tenebrosa casa.

    Verano del 84 tiene una trama similar, aunque si S.O.S. Vecinos al ataque cuenta con mucha comedia y grandilocuencia –un gag constante en la cinta de Dante es que los tres adultos actúan justo como niños en medio de una aventura–, la segunda película de RKSS toma otro rumbo, más sutil y apegado al terror puro. Su brutal y brillante desenlace llega a territorios raramente explorados por los filmes coming-of-age, abriéndole la puerta a un trauma psicológico que difícilmente podrá ser borrado; es el fin absoluto de la tranquilidad suburbana y adolescente. Todo esto evita que Verano del 84 sea un mero pastiche y la convierte en una de las mejores cintas de género de 2018.

  • Udo Kier habla sobre ‘Puppet Master: The Littlest Reich’ y el remake de ‘Alarido’

    Udo Kier habla sobre ‘Puppet Master: The Littlest Reich’ y el remake de ‘Alarido’

    Por Eric Ortiz

    Tras 11 películas, además de un spin-off para el canal Syfy, la franquicia de Puppet Master está de regreso con un reboot en el que el legendario actor de origen alemán Udo Kier interpreta al titiritero Andre Toulon. Si bien en el prólogo del filme original de 1989 Toulon es perseguido por el Tercer Reich, y secuelas/precuelas subsecuentes como Puppet Master III: Toulon’s Revenge (1991) continuaron explorando su rol inicial como víctima y luego como victimario de los nazis, Puppet Master: The Littlest Reich (2018) presenta el escenario opuesto.

    Esta nueva versión muestra a Toulon como un titiritero maligno que trabajó para la Alemania nazi y que, incluso muchos años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, continuó usando a sus violentas marionetas para llevar el horror del Tercer Reich hasta Estados Unidos. La trama central nos sitúa en un pueblo de Texas, 30 años después de los llamados “Asesinatos de Toulon”, y se enfoca en el brutal regreso de las marionetas nazi, a pesar de que Toulon fue asesinado por la policía local a finales de los años ochenta.

    Dirigida por el dúo sueco Sonny Laguna y Tommy Wiklund, y escrita por S. Craig Zahler –mente detrás de Desierto de huesos (Bone Tomahawk, 2015) y Prisionero 99 (Brawl in Cell Block 99, 2017)–, la ya controversial Puppet Master: The Littlest Reich se estrenó en cines de Estados Unidos, VOD y Digital HD el viernes 17 de agosto. Para celebrar el lanzamiento de la mejor, más violenta y demente cinta en toda la historia de la franquicia de Puppet Master, a continuación les comparto mi entrevista con Udo Kier, quien también habló de otras de sus películas como Flesh for Frankenstein (1973), Blood for Dracula (1974) y Alarido (Suspiria, 1977).

    Eric Ortiz (EO): En algunas de las películas anteriores de Puppet Master, el personaje de Andre Toulon fue víctima de los nazis, pero ahora él es nazi. ¿Cómo fue el proceso para darle vida a esta nueva versión del personaje? ¿Vio algunas de las otras cintas de Puppet Master?

    Udo Kier (UK): Había visto Puppet Master (1989), pero sólo la primera. Recuerdo una cosa muy bien, cuando él pinta al pequeño títere blanco. Eso era lo único que recordaba básicamente.

    Ahora, el escritor de Puppet Master: The Littlest Reich es S. Craig Zahler. Había trabajado con él en Prisionero 99, la cual escribió y dirigió; luego él me llamó y dijo, “estoy haciendo un filme con Mel Gibson en Canadá (Justicia brutal, 2018) y también un filme con Dallas Sonnier –quien es el productor de las dos cintas que mencioné–, Puppet Master: The Littlest Reich, lo escribí pero no lo voy a dirigir, aunque escogí a un par de directores jóvenes de Suecia”. Le dije OK y entonces fui con Craig.

    Lo interesante es que no me preparé para la película sino que tuve que estar sentado en una silla durante cuatro horas para el maquillaje; no me miré en el espejo hasta que había terminado. Después de cuatro horas, me vi, me sorprendí, luego tuve que hacer una escena maravillosa con dos chicas, y se terminó.

    Fui a Nueva Orleans tras hacer un filme en Brasil con Kleber Mendonça Filho y Sonia Braga (Bacurau, 2019), entonces en mi camino de regreso a Los Ángeles pasé por Nueva Orleans y ahí fue donde vi Puppet Master: The Littlest Reich por primera vez y sí, me gustaron las marionetas malignas. ¡Son muy malvadas!

    EO: En ese sentido, pienso que es una película divertida pero algunas personas podrían pensar que es políticamente incorrecta porque las marionetas son malignas y nazis. ¿Qué piensa de esta época donde la gente critica a un filme sólo porque consideran que no es políticamente correcto?

    UK: Es una película, para empezar. Una película de horror. No creo que sea políticamente incorrecto, son marionetas, son nazis y matan, pero no hacen nada de propaganda diciendo “somos buenos, somos nazis”. Todos sabemos la horrible época política que se vivió. Al haber nacido en Alemania, aún pienso mucho en esto, pero por ejemplo, he interpretado a Adolf Hitler en algunas ocaciones, en Iron Sky (2012), pero nunca en mi vida he interpretado a un nazi serio, como de documental. Nunca lo he hecho y nunca lo haré. Que las marionetas tengan el emblema nazi en sus brazos, no lo llamaría políticamente incorrecto.

    EO: Usted es ahora un colaborador frecuente de S. Craig Zahler. ¿Diría que él es una de las nuevas voces a seguir dentro del cine delirante de género?

    UK: Conozco a mucha gente, personas grandiosas como Alexander Payne y Gus Van Sant, he trabajado con ellos, pero lo que me gusta de Craig Zahler es que es un escritor impresionante. Trabajaré con él, si es posible, una y otra vez. Él es diferente, sus filmes son diferentes, y Puppet Master: The Littlest Reich es diferente aunque sólo conozco la primera y he escuchado que también hay otra cinta de Puppet Master en la que son nazis, pero no lo sé. Siempre me gustó el filme original.

    EO: ¿Qué opina de la tendencia de hacer remakes de clásicos como Alarido de Dario Argento?

    UK: Hice Alarido con Dario Argento hace 40 años y ahora han hecho una nueva versión. Amo a Tilda Swinton y es una actriz maravillosa, pero no traté de aparecer en esta película. Cuando Stephen King escribió la nueva serie (Kingdom Hospital) de The Kingdom de Lars von Trier, no traté de aparecer. Si estoy en la original, ¿por qué debería aparecer en la copia o la secuela?

    ¿Qué opino del remake de Alarido? Estoy feliz porque a la gente le gusta tanto la primera que hacen otra. Mira, hice Blade: Cazador de vampiros (Blade, 1998) con Stephen Norrington dirigiendo y Wesley Snipes. Me gusta la primera pero ni siquiera vi la segunda ni la tercera, porque salgo en la original.

    EO: Si bien actualmente trabaja en proyectos de género, también lo hace en filmes de Gus Van Sant y obviamente de Lars von Trier. ¿Cómo funciona esto?

    UK: Dado que en los setenta Flesh for Frankenstein en 3D y Blood for Dracula fueron muy exitosas, mucha gente me ofrece películas de terror, les gusta lo que hice en ese par de películas. Me gustan las películas de terror porque no es la realidad, entonces puedes inventar movimientos, la forma en cómo hablas y lo que dices.

    Me divierto si hago un filme de horror como Quemaduras de cigarro (Cigarette Burns, 2005) de John Carpenter (parte de la serie Masters of Horror), siempre quise trabajar con él. Es tan ridículo que me abra el estómago con un cuchillo y que ponga mis intestinos dentro de un proyector de cine, pero es lo que es.

    Si trabajo con Gus Van Sant, no actúo, sólo soy yo sentado en un cuarto. La frase favorita de Lars von Trier, para cualquiera, es “no actúes”, lo cual no es fácil, no actuar cuando has hecho muchos filmes. Pero de nuevo, es lo que es.

    EO: De su impresionante y diversa filmografía, ¿tiene algunos personajes favoritos?

    UK: Como actor, son las películas que fueron aclamadas por los críticos y el público, o Flesh for Frankenstein y Blood for Dracula de Paul Morrissey, las cuales fueron conocidas a nivel mundial y todos hablaban de ellas. Eso es bueno para uno como actor, es lo que te gusta.