Por Eric Ortiz
Sin tanta expectativa –porque Revenge (2017), ópera prima de la directora Coralie Fargeat, no me había entusiasmado como a la mayoría de especialistas del cine de género–, entré a una función nocturna de The Substance (2024) en el marco del Festival Internacional de Cine de Cannes. La decisión fue una muy grata sorpresa, como una inyección de adrenalina de casi dos horas y media, dado que es una película estilizada –constantes closeups, edición energética, sonido a tope–, sumamente intensa de principio a fin, divertida, grotesca y sin mesura.
The Substance me atrajo desde su inicio porque pertenece al tradicional cine sobre Hollywood y su lado más oscuro y frío (El congreso, Mapa a las estrellas): vemos la cámara fija apuntando a la estrella en el Paseo de la fama de la actriz Elizabeth Sparkle, mientras va pasando el tiempo y su fama quedando en el olvido. En el presente, Sparkle (interpretada de gran manera por Demi Moore) trabaja como host de un show para televisión de aerobics, aunque pronto se entera que los altos mandos, entre ellos su jefe directo (Dennis Quaid, quien también destaca como un grotesco ejecutivo llamado Harvey), buscan rejuvenecer el programa. Sin trabajo y tras un accidente automovilístico, provocado por una distracción ligada al fin de la era de poder ver su rostro en anuncios espectaculares, Sparkle termina conociendo “la sustancia” titular, algo propio del sci-fi.
Cuando un personaje decide lidiar con cualquier cosa que hace lo impensable –en este caso rejuvenecerla por medio de otro cuerpo (Margaret Qualley) que sale del matriz– sabemos que será cuestión de tiempo para que todo se salga de control, aún si aquí las reglas establecidas por los turbios proveedores son claras –así como las etiquetas de los productos requeridos–, entre ellas que no se debe activar “la sustancia” más de una vez y que cada siete días se debe cambiar al cuerpo matriz.

Así tenemos en Sue (Qualley) –quien naturalmente logra convertirse en el reemplazo de Sparkle para la nueva y más sexualizada versión del show televisivo– a la juventud, la creciente fama, la fiesta y la atención de los hombres. Sin embargo, cada siete días está la difícil “vuelta a la realidad” y ambas se comienzan a resentir mutuamente, aunque claro, son una misma. The Substance podría leerse como metáfora de cualquier tipo de adicción que causa la pérdida del autocontrol, aún sabiendo que habrá consecuencias.
The Substance es, como se pueden imaginar, uno de esos exponentes de género que traza muy bien su premisa y se dirige exactamente a los lugares hacia donde tiene que ir, pero lo importante es que lo hace de una manera memorable y sorprendente por su desmesura. El body horror (terror corporal) llega a niveles que me hicieron pensar en las brujas (la idea clásica que las brujas esconden su físico real en cuerpos hermosos y seductores como recordó Robert Eggers en La bruja); en David Cronenberg –curiosamente The Substance se presentó en Cannes un día antes de The Shrouds (2024), su nuevo trabajo– y Stuart Gordon, por ahondar en el lado monstruoso y grotesco; y hasta en el fantaterror japonés por su explosión gore.
Si en Cannes algunos críticos consideraron que debió ser parte de las Midnight Screenings, está demás decir que The Substance, antes de su inevitable llegada en varios territorios gracias a Mubi, conquistará los festivales especializados donde se presente, como Fantasia, Fantastic Fest o Sitges.

